(Publicado en "Papeles de Zabalanda" nº1, Vitoria - Gasteiz)
Primer asalto y primera duda. ¿Cómo enfocar una nueva relación con el arte desde un nuevo balcón editorial? ¿Cómo ha de ser el trato?, ¿en qué términos habría de establecerse esta relación toda vez que la crítica artística se refugió en los pisos más altos o se decidió por ocupar los sótanos? ¿Es posible un nuevo procedimiento?
Las tribunas siempre tienen esta estrecha relación con el vértigo, mitad miedo, mitad seducción; que si bien pueden ofrecer magníficas vistas, también pueden nublar la comprensión o impedir un enfoque correcto por efecto de la distancia.
La duda no se encuentra tanto en dar con el objeto de atención, porque los riesgos son conocidos: hablar de las exposiciones como final de viaje de un proyecto creativo daría la razón al sistema divulgativo de la cultura frente a una concepción productiva, que es la que hay que reclamar. Por otro lado, fijar nuestra atención en el artista como figura aislada en su “mundo interior” conlleva el riesgo de mantener esa mitificación del impulso creador… Se trata más bien de encontrar aquella flexibilidad que nos permita hablar de casi todo, como en el arte actual.
Las dudas también actúan sobre la fórmula o el lenguaje que debería aplicarse en estas nuevas experiencias. Leer los periódicos, descubrir los proyectos políticos camuflados como “culturales”, se ha convertido en una labor apasionante y especializada. Uno ya no sabe si hay que valorar la estrategia de venta, el producto en sí o un complejo contexto en el que convive la política local con un estudiado doble lenguaje.
Los procesos económicos, políticos y culturales se dejan llevar por la batidora de un lenguaje de consumo rápido, capaz de confundir estos ámbitos. Resulta complejo diferenciar el proyecto de un político con el proyecto de un vendedor de bienes inmuebles. Y los proyectos culturales suelen ser una bisagra perfectamente engrasada para este tipo de operaciones.
El puré resultante de esta puesta en escena (discurso lo llaman algunos), acaba precisando de un desmenuzado repaso a los grumos en que se convierten algunos ardides literarios y bazas estilísticas, así como ciertas ideas y conexiones nada inocentes…
Y en esta situación, se podría pensar que desde el arte y la cultura se ha dado una “pérdida del paso”, una situación que algunos historiadores como Eric Hobsbawm han entendido como “el presunto fracaso del discurso de la vanguardia frente a la pujanza de los mass media”, o lo que es lo mismo, una nueva esfera de comunicación social en la que el arte y el pensamiento crítico han perdido terreno definitivamente. Pero cabe preguntarse a continuación si esta confusión de mundos y lenguajes no supone la apertura de un vasto territorio de exploración.
Es precisamente en este punto cuando uno se plantea si no será que hablar de arte es, cada vez más, hablar de políticas culturales y que hablar o escribir de estas políticas no es otra cosa que abordar la crítica política como elemento de análisis cultural, a riesgo de ser tomados como enrojecidos pelmazos pasados de moda.
¿Pero de qué hablar sino? ¿O es que debemos seguir atendiendo a aquellos que todavía identifican el arte con la belleza?
Si como decíamos una característica de nuestro tiempo es la pérdida de presencia e influencia social del arte y de los artistas, lo que ha de venir a continuación es una reflexión crítica sobre los factores y procesos que determinan cómo el arte recibe su definición dentro de la cultura actual, así como la manera en que se establece esta definición en las políticas culturales dominantes y el papel que juegan éstas en su relación con el conjunto de actividades sociales productivas, formativas, etc…
El evidente deslizamiento del arte y de su “industria” hacia terrenos que tienen más que ver con operaciones de imagen, promoción de espectáculo y fomento del ocio determina las inversiones privadas y lo que es peor, los presupuestos públicos. Asistimos en vivo y en directo al estadio más avanzado de la industria cultural, el de la rentabilidad simbólica.
De este modo y con el panorama descrito, los interrogantes se acumulan y engordan hasta rebosar en preguntas como: ¿Qué revulsivo social y cultural es capaz de operar la práctica artística hoy en día? ¿Qué capacidad de penetración puede llegar a conseguir el proyecto artístico frente a las estructuras más cerradas de la organización social?
Las preguntas tienen que ver inevitablemente con el modo de entender nuevas formas de compromiso desde el arte o simplemente con la aceptación del momento y el contexto como material de trabajo creativo.
Sólo desde esta perspectiva puede establecerse una mirada contemporánea para estos nuevos balcones. Pero ante la flexibilidad de los objetivos y de las relaciones que tienen lugar en el arte contemporáneo, capaz de ascender súbitamente a los oratorios de la cultura de elite y de bajar en espeleológica aventura hasta el underground, se nos hace más oportuno cambiar el balcón por un ascensor panorámico. Porque aunque por convicción antepongamos el paradigma rizomático y horizontal del conocimiento al paradigma arborescente y vertical de la cultura establecida, percibimos que las circunstancias actuales obligan al uso del ascensor, y a veces del casco.
Un ascensor panorámico que mientras sube al museo, pueda observar las condiciones en que tiene lugar la formación artística en nuestras escuelas y en nuestra Universidad; que mientras baja a pié de calle para dar cuenta de toda una serie de prácticas de implicación social o vinculadas a las modas juveniles, sea capaz de conectarlas con las nuevas fórmulas de producción cultural. Un ascensor panorámico y confortable que pueda recoger en cada piso a artistas y ciudadanos y que los haga coincidir en dicho espacio móvil, porque seguramente coincidirán en su destino.
Este primer intento ha querido ser también un experiencia creativa. Nuestra labor ha sido intentar motorizar el púlpito, dotarle de proyecto y de movilidad. Para ello necesitaremos asistencia técnica y mucha gente con ganas de viajar entre las diferentes plantas de nuestro edificio cultural.
1 comentario:
me parece que esto lo he leído en alguna otra parte...
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