"Viaje y arte se encuentran a través de muchas preposiciones gramaticales, nexos y conjunciones; se entienden bien y hasta se confunden en ocasiones. Subordinada o coordinadamente lo cierto es que establecen una sugerente relación que puede convertirse en un masaje misceláneo para nuestra imaginación".
Billete de ida
La progresiva ampliación conceptual de la palabra “cultura” ha amalgamado toda una serie de ideas que en ocasiones luchan por su especificidad, pero que también se dejan contaminar con gusto por otros territorios, ámbitos y prácticas sociales.
El complejo puré resultante sirve de comodín a la idea misma de cultura y al significado mismo del ocio, permitiendo que valga casi todo y que casi nada escape a su creciente atractivo como mercancía.
En esta situación y tomando la introducción de este texto como un gran angular para abordar el panorama actual, parecería complicado separar ideas como viaje y cultura o viaje y arte, pues a buen seguro muchos artistas definirían su labor como “un viaje” (a través del conocimiento o de la experiencia), muchos de los profesionales del arte y la cultura pondrían en relación su trabajo con la movilidad del mercado y los eventos internacionales, y veríamos asimismo cómo buena parte de las políticas culturales analizan estas conexiones o propician la fluidez de relaciones entre el ocio, el turismo, la movilidad, la sostenibilidad y la cultura.
El viaje como elemento inspirativo desborda el carácter romántico que podría atribuírsele en otros tiempos para convertirse en característica fundamental de un arte contemporáneo decididamente internacional y definitivamente globalizado. No en vano la comunidad artística busca esa movilidad como mecanismo de desarrollo y como fórmula de producción, ya que es a través de los programas de intercambio, de las becas de residencia o de los proyectos internacionales donde se hacen posibles muchos de los proyectos que analizan la sociedad actual o que proponen nuevos métodos para entenderla.
Pero no es solamente la búsqueda de esta vía de producción la que mueve al artista; el ámbito artístico precisa cada vez más de esta confrontación con otras sociedades, lenguas y contextos porque es precisamente a través de estas situaciones en donde la subjetividad se flexibiliza y se torna permeable, donde entran en crisis algunos dogmas de nuestra civilización, donde se descubren el reverso y los flecos de la historia y donde uno entiende que nunca se deja de aprender. Estos son los verdaderos materiales de un artista de nuestro tiempo, que lejos de conformarse con una información sesgada y homogeneizante, busca otras formas de conocimiento y otras formas de hacer. Y éstas son las herramientas de una actividad artística contemporánea, las que se sitúan en la circunstancia social y el pensamiento crítico.
Y como siempre sucede, la materialización de estas propuestas tendrán muy distintos sesgo, muy distinto tono y matiz, pero estas cuestiones corresponden ya a la diversidad del arte, que podrá hacer o no patente eso que denominamos viaje permitiéndonos acceder en algunos casos al rumor que acontece en otros lugares o bien incorporando ese rumor en un discurso propio e intransferible…
“Cuadernos de viaje”.
Una de las primeras visiones que a uno se le aparecen al poner en relación ideas como “viaje” y “artista” es la de un cuaderno, más bien rústico (es un dato estético), en el que los escritos se mezclan con dibujos y apuntes esbozando aquello que uno ve o siente en un determinado momento y lugar.
En realidad esta práctica que corresponde tanto al artista como al viajero nos ha dejado magníficos ejemplos de esa emulsión interior y exterior que es siempre un viaje.
(Y es que al menos en nuestro imaginario, la idea de aventurero y artista no difieren mucho, sugiriendo una interesante relación que sin duda sirve para inflar algunos mitos de manera casi pintoresca).
Lo cierto es que a través de este ejercicio gráfico – literario se produce una apropiación emotiva de la experiencia del viaje, un impulso sencillo y directo que nos conecta con el territorio a través de las percepciones, de la memoria personal y del valor de la mirada inteligente.
Un esbozo puede convertirse en una herramienta básica de análisis y de conocimiento de una realidad, a la vez que puede amplificar y proyectar sus capacidades comunicativas mediante lo irrepetible de “ese” determinado momento que acontece en “ese” determinado lugar…
Pero un esbozo parece pedir siempre un desarrollo.
Artista ¿turista, etnógrafo, activista?
En ocasiones nos hemos enojado ante la frivolidad de algunas obras cazadas como en un safari. Piezas (imágenes y proyectos) que utilizan la característica exótica y que obvian el contexto y la circunstancia social que hay detrás de ellas. Pero ¿por qué debemos suponer al arte un compromiso con la escena que hay detrás? ¿Cuál debe ser el compromiso del artista para con el viaje? ¿Debe existir tal compromiso?
El viaje antropológico tiene usualmente un propósito claro y definido: a través de él se quiere conocer un determinado aspecto de la realidad sociocultural, una problemática, un sector
poblacional, los habitantes de una región, un grupo social, una cultura o como se quiera decir… Querer conocer significa aquí reunir información empírica y basar en ella argumentos sobre causas y perspectivas de la situación que se estudia.
Es más que probable que si este tipo de investigaciones, averiguaciones y sus posibles conexiones con otras prácticas contemporáneas se mostrasen en el espacio codificado del arte, acabarían siendo admitidas como piezas artísticas, pero al quedar admitidas como tales quedarían igualmente estetizadas y sometidas a una mirada igualmente codificada. De este modo, vemos que son los espacios codificados (del arte, de la ciencia, de la política) y las mediaciones (el comisario, el periodista) los que acaban significando nuestra mirada y etiquetando las prácticas creativas y sociales, impidiendo a veces el viaje entre ellas.
Así las cosas, ¿cuál debe ser el lugar del arte y del artista al dar cuenta del viaje? ¿No será que el viaje ha de encontrar esa línea divisoria entre el distanciamiento acrítico y la inmersión activa y militante en el tema que se aborda, o al menos ser consciente de ella? ¿No será que hay que situarse conscientemente a uno u otro lado de la misma? ¿O es que habrá que trabajar en la mediación tanto como en la creación?.
Lo cierto es que cada vez se hace más difícil hacer fotos de viajes; entre la ansiedad por captar el momento para compartirlo o reservarlo para uno mismo como experiencia, nos queda siempre la intuición de que ese preciso instante en que la imagen se hace patente podría contener todo un firmamento de partículas de conocimiento en suspensión que se esfuma ante nuestros ojos.
Billete de vuelta.
¿Realmente hay posibilidad de retorno o ciertas experiencias trascendentes del viaje se encargan de anular la emisión de este billete, ticket o boleto de vuelta?
Sobre esa valoración de la movilidad en el mundo del arte a la que nos referíamos al comienzo y que atañe a las políticas públicas (y a modo de billete de vuelta para el rápido viaje que es también este texto), cabría preguntarse por la atención que se ofrece a estas cuestiones desde la administración, sobre sus planteamientos y sus estrategias -si es que existen- y si es posible su reconsideración desde una perspectiva renovada.
Parecería frívolo a la luz de lo que traumático que supone hoy algunos flujos de personas hablar de la movilidad como de un privilegio necesario para los creadores actuales; más bien, lo que es preciso comunicar y entender es que este tipo de circulación es esencial para la promoción de la actividad cultural y artística de nuestro entorno; y que este tipo de desplazamientos constituyen el mejor motor de arranque para un sector en el que se dan cita muchos factores, también económicos.
Probablemente haya que buscar en este tipo de cuestiones las claves para una lectura crítica a nivel institucional de los “resultados” del arte de nuestro territorio en el circuito internacional, de esa representación en los foros especializados que se busca siempre con desasosiego, se descubre repentinamente como una preocupante carencia y que se achaca perpetuamente a desajustes varios: históricos, promocionales, inversionistas…
Cada vez más una política cultural ha de mirar este tipo de cuestiones (movilidad, intercambio), aunque para ello tenga que librarse de esa rentabilidad inmediata que se imprime desde el poder político y que prefiere eventos antes que cimientos.
Los desplazamientos profesionales o formativos y eso tan amplio que denominamos viaje se diluyen cuando nos referimos al ámbito creativo gracias a una característica muy porosa que se empapa de la vivencia, del intercambio y de una cualidad forzosamente subversiva.
El viaje comienza de muchas maneras, en muchos lugares a la vez, en etapas y momentos bien distintos pero coincidentes, los viajes se cruzan porque son las personas las que se encuentran y sus resultados se manifiestan de un modo que escapa a nuestra catalogación.
Si en otros tiempos el viaje supuso para sus protagonistas un “shock” o una revelación, el viaje es hoy el masaje del arte de nuestro tiempo, un desplazamiento en el que no importa tanto el lugar como la experiencia de lo global.
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