(publicado en el blog de banquete.org)
Hay conceptos inflados y deshinchados súbitamente por las crónicas que se hacen de nuestro tiempo. Estas crónicas, a menudo escritas con la urgencia de quien quiere hacer historia, suelen apresurarse a señalar el modo en que viviremos en el futuro o las nuevas formas de relación social que nos esperan. De entre todas estas ideas, la de “red”, ha venido sirviendo para describir la circunstancia actual de nuestra sociedad, situándonos en un futuro vivido en tiempo real por todos nosotros, aunque no lo supiéramos. (El escenario estaba ya montado).
Ha servido también para explicar la economía, el terrorismo, el mundo mediático. Todo es red y todo será red. Quizá esta especie de obsesión o de inflación de la idea de red sea la manera más fácil de eliminar por un lado la complejidad del entramado sociológico en el que flotamos sin ser capaces de encontrar las herramientas que lo expliquen; y por otro lado quizá sea la manera más fácil de hacer visible la cruel simplicidad que exhibe hoy en día el poder.
Si como sabemos el hecho de hacer visible todo este panorama, de cartografiarlo y ofrecerlo perfectamente empaquetado, no implica precisamente una posición de resistencia u oposición, habría que preguntarse hasta qué punto la idea de red, como representación de la sociedad moderna, no sirve de interruptor “off” del análisis y de la crítica, de verdadero inhibidor de frecuencias rebeldes. (El escenario estaba ya montado y es imposible desmontarlo porque es imposible abarcarlo…).
¿No será que habrá que actuar sobre las diferentes capas de esa cartografía, hacer ver las imágenes que quedan tapadas por las imágenes, desvelar las conexiones que no quedan a la vista? ¿No será que la idea totalizadora de red, puede llegar a ser totalitaria en las formas de trabajo que nos proporciona, en la información que nos suministra, en las relaciones que nos propone?. (El escenario se desdobla, se convierte en un escenario “alternativo” pero no llega a incidir en la idea misma de red, no tiene capacidad transformadora).
Sea lo que fuere, la red se establece como el terreno de juego para la banca y el cliente, para la administración y la corrupción, para el pez grande, el pez chico, el pez payaso y el pez volador. Todos caerán en la red.
Hemos visto también como otros conceptos igualmente inflados y deshinchados súbitamente como “post-capitalismo” o “democracia”, se confunden así mismo con la idea de red, conformando un magma unitario en el que TODO se explica, porque hay un gran mercado que necesita urgentes explicaciones.
Decía R. Dahl: “La democracia no implica una elevada participación de los individuos, implica que los pobres y los que no han accedido a la educación se excluyan por si mismos a causa de su pasividad política”.
Del mismo modo que todos hemos entendido que es inútil la búsqueda de la “liberación” a través de una idea descompuesta de democracia, deberíamos colegir que una conectividad universal, aunque fuera alternativa y divergente, tampoco resolvería por sí sola las inquietudes emancipadoras.
La búsqueda de nuevas acepciones de “liberación” y de “conectividad”, se convierten así en el nuevo escenario.
Recuperar la idea ensombrecida de comunidad; tener como objetivo la politización de aspectos de nuestra cotidianidad como el malestar, la vulnerabilidad y la “precariedad existencial”; reinterpretar la idea de red a partir del desgaste de ciertas concepciones que hemos manejado hasta ahora y que nos ha dejado mapas irrefutables y escenarios inamovibles, se convierten ahora en el nuevo material de trabajo.
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