Publicado en Mugalari, Gara 31/0709
P. A. duda sobre si exponer o no su último trabajo. Su incipiente carrera le hace preguntarse por el rumbo que ha de aplicar a eso que llaman trayectoria. Sabe que ha hecho un buen uso de lo aprendido, que tiene suficiente solvencia técnica, que es capaz de elaborar buenos argumentos para aquello que produce, pero se interroga si es realmente capaz de concitar sorpresa en las cantidades y direcciones convenientes.
Sus últimas creaciones tienen la capacidad de compatibilizar grandes descubrimientos con la obviedad y lo anecdótico. Y su duda se multiplica cuando advierte que el hecho de compatibilizarlo pueda ser entendido como algo frívolo. Sabe positivamente que sería mejor darse tiempo, investigar un poco más, no estar apremiado por esa visibilidad que se manifiesta obstinadamente en forma de gran presión. Una presión que le es ajena y necesaria a la vez; una sensación nueva para él. Sabe que tiene todavía muchas cosas que leer relacionadas con sus inquietudes, explorar temas que atañen a su proyecto artístico, solucionar dudas que se acumulan en su taller y que le podrían aportar nuevos estímulos. Pero advierte que la presión se come todo su tiempo.
P. A. duda si exponer su último trabajo porque sabe que cada nueva muestra obliga a una serie de reflexiones que indefectiblemente le llevarán una reconsideración de su actividad, de su apuesta, de su lugar “en todo esto” (en todo eso del arte). Cuando comparte estas inquietudes con colegas o con quien cree que podría darle alguna pista, no acaba de encontrar respuestas satisfactorias. Tampoco las encuentra en los maestros, ni en las biografías, ni en los bares. Lo verdaderamente cierto es que se encuentra solo ante la necesidad (ajena y a la vez íntima) de mostrar su trabajo públicamente, inserto en su tiempo y en su propia red de circunstancias. P. A. asumirá esta situación como una dura confrontación, en la que hay mucho en juego, pero también mucho que aprender.
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