Publicado en Mugalari, Gara 28/08/09
Para K.L. era imposible recordar una cita o un chiste. Difícilmente recordaba lo que había leído el día anterior y no tenía buena retentiva ni con las imágenes ni con los rostros de las personas. Sin embargo, encontraba a cada paso un lema o una sentencia que iluminaba su inagotable capacidad elucubradora. Con cada pequeño dato que conocía daba forma a una historia; con pequeños gestos ajenos robados en la calle componía una ficción, a veces con varios desenlaces posibles, secuelas y derivaciones en forma de subtramas que quedaban fugazmente estructuradas en su cabeza. Una frase entrecortada de la radio le sugería un título y a partir de ahí se proyectaba una imagen en su mente, un discurso o una melodía que alcanzaba profundidades en las que no dudaba en adentrarse hasta perderse, pareciendo ausente ante los demás.
Pero su dificultad para la retención de casos y cosas le impedía atrapar al vuelo la mayor parte de sus vivaces pensamientos. Había probado tomando notas en cuadernos que llenaba de apuntes pero que luego eran imposibles de descifrar o que arruinaban la brillantez con que habían surgido de su cabeza. Probó también con grabadoras de voz, apuntes tomados en vivo y en directo, pero no aceptaba oírse a si mismo, restaba espontaneidad y frenaba la velocidad de sus ideas.
Su indudable creatividad tuvo que aprender a subsistir con esta contradicción que le impedía dar salida a todo ese caudal de situaciones, formas, divagaciones y teorías. Hasta que cayó en la cuenta que era cada instante el que tenía que apresar intensamente, sin obsesionarse por otras cosas. Aferrándose a ese instante podría seguir disfrutando del placer de seguir elucubrando ya que el verdadero disfrute de su actividad se encontraba precisamente en el paso de un instante a otro. K. L. ya no tuvo que preocuparse más, había encontrado la manera de seguir haciendo lo que quería.
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