Publicado en Mugalari, Gara 14/8/09
La progresiva ampliación conceptual de la palabra “cultura” ha propiciado una imagen tan abierta y satisfecha, tan dispuesta a dejarse contaminar, que se hace difícil atraparla. El puré resultante, la noción actual de cultura, sirve de comodín al significado mismo del ocio, permite que valga casi todo en su nombre y que casi nada escape a su valor como mercancía.
Así que se hace complicado separar ideas como viaje y cultura o viaje y arte, pues a buen seguro muchos artistas definirían su labor como un viaje (a través del conocimiento o de la experiencia), muchos de los profesionales del arte y la cultura pondrían en relación su trabajo con la movilidad del mercado y veríamos asimismo cómo buena parte de las políticas culturales analizan dichas conexiones o propician la fluidez entre ocio, turismo, movilidad, sostenibilidad y…cultura.
El viaje como factor inspirativo desborda el carácter romántico que podría atribuírsele en otros tiempos para convertirse en característica fundamental del arte actual a través de la experiencia de lo global. No en vano la comunidad artística busca esa movilidad como mecanismo de desarrollo y como fórmula de producción, ya que es a través de los programas de intercambio, de residencias o de proyectos internacionales desde donde se hacen posibles muchos de las propuestas que analizan la sociedad actual o que proponen nuevos métodos para entenderla. La actividad creativa es la mejor de las conexiones posibles entre las distintas acepciones de lo local.
El ámbito artístico precisa de esta confrontación con otras lenguas y contextos; es a través de estas situaciones en donde la subjetividad se flexibiliza y se torna permeable, donde crujen los dogmas de nuestra educación, donde se descubre el reverso y los flecos de la historia y donde uno aprende que nunca se deja de aprender.
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