Trabajo

Publicado en Mugalari, Gara 11/09/09

Existe una tendencia que sitúa a la cultura y a su entorno (con especial atención a los/las artistas), como un modelo para la actividad económica contemporánea. La idea viene acompañada de un complejo aparato técnico e ideológico que se apoya en la innovación y en las fórmulas creativas que requiere actualmente el mercado.

Desde la innovación y a través de la creatividad se observa el mundo del arte como un campo de inspiración en el cual el brillo del éxito resulta arrebatador.
La figura del “emprendedor” juega también un importante papel, pues a partir de ella se construye un sugestivo perfil que tiene frente a sí todos los retos del mundo del marketing y que se acopla a la perfección con la imagen suministrada por la publicidad-propaganda. Es el modelo de subjetivación del neoliberalismo. La juventud, el arrojo y el descaro son valores que pueden compartir un artista intrépido y un empresario de raza. A esta cuestión se han referido muchos autores (Lazzarato, López Petit…), que ven al trabajador en esta nueva situación como un empresario de sí mismo, culminando así un proceso de liberalización que dibuja un mundo más desigual que nunca sin que lo parezca.
En esta situación, la indefinición y la precariedad del trabajador de la cultura, del empleo cultural, han servido, no sólo como coartada y como modelo, sino también como financiación y escaparate de todo un proceso con el que alimentar nuevos horizontes de inversión y nuevas imágenes para estos nuevos desafíos.
La incapacidad de adecuar el gobierno del mercado de trabajo a las nuevas formas de actividad tiene en el mundo del arte, de la cultura y de la educación un desenlace infortunado, que comienza por lo vergonzante que resulta el trato de la institución con los artistas y que llega a ser indigno en las relaciones que mantiene una institución como la Universidad con buena parte de su personal docente, por mucho que la salsa bolognesa se venda como verdadera “innovación”.

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