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Publicado en Mugalari, Gara 20/11/09

En ocasiones, cuando se va a una exposición de arte contemporáneo existe el problema de averiguar si la pieza de arte que tienes enfrente está instalada para ser tocada y usada o sólo para ser mirada. Desde la incertidumbre se observa algo con lo que se debería interactuar o se toca algo que sólo se debería mirar. Este momento liminal plantea siempre la posibilidad de un acto de transgresión, a la vez que proyecta una nueva dimensión de la experiencia a la que nos enfrentamos. Percepciones de lo posible en las que el experimento se muestra en su latencia y nos permite hablar de muchas cosas más allá de la propia obra.

Es frecuente también la llamada al orden del vigilante de turno cuando se rebasa la línea de seguridad, que en muchas ocasiones aparece delimitada físicamente en el suelo o por barreras dispuestas a tal efecto. Ese espacio intersticial es precisamente el lugar en donde se aloja el poder, el lugar en el que el poder está representado en el dispositivo (disciplinario) de la exposición y en cuyo franqueo encontraríamos una suerte de cortocircuito del sistema.
Existe un broma recurrente entre los cineastas independientes y entre los artistas que trabajan con medios audiovisuales sobre la extensión de los títulos de crédito, y es que en ocasiones ésta supera en tiempo y extensión a la propia producción. Pero a la vez, el listado del equipo técnico, así como del equipo humano, sus colaboradores y sponsors, nos describe el tipo de producción, nos habla de las posibilidades con que ha contado para su ejecución e incluso de la vida futura del producto.
La complejidad del dispositivo artístico acaba por encontrar en todos estos datos un laboratorio, un campo de operaciones en el que se leen pactos y capitulaciones, pero también ingenios y tentativas de superación de las normas y los códigos de la institución arte.

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