Publicado en Mugalari, Gara 26/02/10
¿Es posible pergeñar una carrera artística profesional como si se tratase de un proyecto artístico? ¿Es posible examinar las diferentes rutas de dicha actividad para componer fríamente una estrategia y autoimponerse un “plan director”? M.V.P. no lo dudó desde que sintió algo parecido a una llamada; algo que algunos de sus allegados le tradujeron como “vocación”. Este plan atendía tanto a lo cualitativo (lugares de exposición más adecuados, becas más importantes, premios y avales más prestigiosos), como a lo cuantitativo (número de exposiciones, presencia en diferentes bienales e idilios con distintos medios de comunicación…).
El plan obviamente suponía la máxima expresión de la subjetividad creadora, ya que sería él mismo el principal objetivo de su proyecto. Y su proyecto era la personalización del éxito. La aburrida fórmula de la integración del arte y la vida que tanto desasosiego había causado en el mundo de los artistas, quedaría ya definitivamente neutralizada por su propósito. Y así, M.V.P. comenzó a descubrir que lo que en un principio era la monitorización maquiavélica de su infinita ambición, en realidad no era otra cosa que un designio liberador cuya trascendencia histórica superaba ya todo lo que sus planes podían presagiar. Su proyecto no sólo sería un golpe absolutamente revelador, ya que mostraría el emponzoñado lodazal del sistema de relaciones del arte desde dentro del propio sistema, sino que además sería el punto de partida para su derribo categórico. No sólo supondría un momento de ruptura, sino que la nueva era, liberada ya de la industria, del mercado y de las políticas culturales, llevaría indefectiblemente su marca. De modo que con una sola y brutalmente lúcida idea habría puesto en marcha una verdadera fisión de las artes, alcanzando por fin a todos los órdenes de lo social y proporcionando una nueva prosperidad.
Todo se vino abajo cuando M.V.P. no fue seleccionado en Ertibil.
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