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Publicado en Mugalari, Gara 16/07/10

La digitalización de nuestra vida, porque nuestra vida son también nuestros intentos, proyectos y producciones, nos sitúa ante nuevas formas de relación con “el otro”. Al revisar en Internet fanzines y revistas que tuvieron en la calle su razón de ser uno se encuentra no sólo con las diferencias propias de un lenguaje cambiante, sino con formas de relación que han quedado atrapadas entre las líneas de un emisor y un receptor que mutaron otra cosa. En algunos de estos papeles (que ya no se pueden tocar) encontramos, además de la dislocación del tiempo, los fantasmas de sus destinatarios originales, la transmutación de sus fustigadores y los relatos paralelos, superpuestos y amontonados que se dieron en su campo de batalla. El a quién nos dirigimos es también desde dónde nos dirigimos. Se trata de matices que se descubren justamente detrás de las letras. Sus tonalidades enriquecen la lectura y pueden proporcionar accesos directos al entorno en el que se emitieron. No es lo mismo que en otras publicaciones, no es lo mismo que en la digitalización oficial de la historia; las revistas amateurs, las prácticas editoriales “situadas” proporcionan otras tonalidades, porque su esfuerzo estuvo claramente dirigido a una audiencia específica y próxima con la que se establecía un vínculo concreto y negociado. Una otredad pactada.
Con la red como repositorio percibimos una tensa custodia de todo este material sensible. Dudamos entre su innegable facultad para relacionar individuos y comunidades y su programada capacidad para homogeneizar y validar “lo otro” hasta hacer desaparecer toda diferencia.
Al volver a ojear antiguos fanzines en nuestro navegador de Internet nos invade una extraña sensación. Aquél “otro” al que iban dirigidos puede que haya desaparecido pero su rastro queda reflejado en el modo en que se estableció esa otredad.

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