Atelier


Publicado en Mugalari, Gara 27/08/10 
La brillantosa laca que en ocasiones se aplica como revestimiento al mundo del arte y sus alrededores puede llegar a convertirse en maquillaje impostado o en táctica para el beneficio comercial. La fascinación por los espacios de creación, por los estudios de los artistas, suele llevar algo de este barniz.
Uno de los factores del proceso de gentrificación por excelencia, el del SoHo de Nueva York, tuvo su razón de ser en el encanto que producía a los nuevos y opulentos profesionales vivir en los grandes espacios de creación que los artistas ocuparon durante finales de los setenta y principios de los ochenta. Los grandes lofts de plantas diáfanas que permitieron a sus primeros inquilinos realizar pintura y escultura de grandes formatos o celebrar eventos vanguardistas fueron traspasados, gracias al estallido inmobiliario del momento, con toda su magia y su halo intelectual incluido en el precio y reflejado en las escrituras.
Los estudios de los artistas se presentan en revistas de papel couché como un acceso indirecto al misterio que provoca el genio creador, como una puerta por la que asomarse al lugar por el que pasean las musas en paños menores. Los detalles son importantes, las excentricidades están permitidas, la suciedad es actividad creativa, la limpieza es meticulosidad y característica investigadora, el orden: la armonía del creador con su mundo, el desorden: un rasgo genial.
Podría servir de ejemplo la fotografía de la mesa de trabajo de Mondrian. La alineación ortogonal de los objetos sobre la tabla es la imagen de su pensamiento y resulta ser una aproximación formal a su trabajo.
En el otro extremo la reconstrucción minuciosa del estudio de Francis Bacon que su pareja legó a la ciudad natal del pintor, Dublín, y que puede verse  en Hugh Lane Gallery. Un inverosímil barullo de pinturas, herramientas, cajas y objetos reproduce el caos que precisaba el autor para crear.

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