Aire

Publicado en Mugalari, Gara 10/09/10
Hay una cuestión recurrente en todos los montajes, exposiciones y comentarios alrededor de la sintaxis que plantea una muestra de arte. Se trata de tener en cuenta la “gestión del aire” y de cómo entendemos cada uno de nosotros esa acción. Cuando hablamos de que las obras tienen que “respirar” o que necesitan aire por alguno de sus lados; cuando nos referimos a esa distancia que precisa este o aquel cuadro hasta la siguiente obra, o la distancia que pide esta o aquella pieza en su relación con lo inmediato, ¿a qué nos referimos realmente?
Probablemente haya en este tipo de cuestiones el intento de comprender esa exposición o esa propuesta como un todo, pero existe también la rutina de apreciar en cada uno de sus elementos un aura (o un vestigio de la misma) que nos sitúa ante un ordenamiento: la obra, nosotros, el espacio que nos acoge. De algún modo, es en ese orden en donde cristaliza la institucionalización del arte en base a sus códigos internos, y quizá en virtud de su “autonomía”.
Pero cuando hablamos de ese aire en situaciones en las que precisamente las obras que se muestran cifran todo su interés en escapar de los códigos artísticos, asistimos a grandes paradojas. ¿Por qué sigue habiendo aire? ¿Cuál es la composición de ese aire? ¿Circula ese aire realmente o se ha quedado atrapado, latente en ese espacio del arte, interfiriendo el mensaje, la intención y la voluntad del artista? ¿Somos responsables de esa atmósfera o es una contaminación que sufrimos de forma involuntaria?
Cuando hay necesidad de dar explicaciones a todas estas cuestiones se pone en marcha un mecanismo de verdadera confrontación con la obra que vemos. No valoramos tanto la cantidad del aire, sino su pertinencia, su condición. No caemos en una simple trampa formal, sino que surgen preguntas capaces de dar sentido a esa obra, que ha resultado exitosa por cuanto ha conseguido ser herramienta de reflexión.

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