Publicado en Mugalari, Gara 15/10/10
Seguramente la erótica del poder tendrá en la audiencia a una de sus principales musas. “Más no es mejor”, decía un conocido grupo de los noventa y todos entendían que anduviera o no anduviese el caballo debía ser de calidad, pero la ansiedad de nuestro tiempo, y el mercado como su correlato insaciable, han alcanzado una omnipresencia furibunda. “Más” resulta ser un valor porque la cantidad multiplica la efectividad del mensaje infiltrado. “Más” obtiene siempre un reconocimiento porque la cantidad está estrechamente ligada a su visibilidad, a sus posibilidades de difusión, a la potencia de su eco y por tanto a su crecimiento (a su cotización).
La dictadura de las audiencias (Bourdieu) y el Elogio del gran público (Wolton) nos dieron pistas sobre dónde situar nuestra incomodidad en forma de resistencia cultural, pero los espacios en los que poder practicar la indocilidad desaparecen, porque crearlos se hace cada vez más difícil. De hecho es la institución quien provee entre sus servicios de zonas especialmente acondicionadas para la indocilidad y la rebeldía en horarios de mañana, tarde y noche.
La audiencia, como objeto de deseo pero también como laboratorio, como objetivo y como síntoma, reproduce una especie de imagen de nuestro tiempo, pero ¿no será que esa imagen es la que tapa todas las demás imágenes de nuestro tiempo? ¿No será que existen otras audiencias que no se cifran en el “más” como valor y que tienen lugar en los márgenes de la institución?
Un gran número de pequeños eventos en los que coinciden personas que no se conocían previamente en torno a cuestiones concretas más o menos especializadas, en torno a inquietudes, problemáticas, etc., dibujan toda una red invisible de audiencias. Se trata de comunidades eventuales, efímeras, surgidas de impulsos autónomos que nos proveen de nuevas visiones. Audiencias con capacidad, estas sí, de crear estructura e ir más allá de su condición pasiva.
No hay comentarios:
Publicar un comentario