Publicado en Mugalari, Gara 17/12/10
Seguramente los recientes casos de dopaje en el deporte de élite, que han tenido una importante presencia en los medios, habrán permitido a estas alturas multitud de analogías en los distintos frentes de la actividad social y por tanto también en la producción cultural. Los malestares y las zozobras de nuestra sociedad siempre admiten su traslación, su extrapolación al campo del arte y de la cultura porque cada vez comprendemos mejor lo que nos sucede a través del laboratorio de metáforas aplicadas y mediante el juego simbólico y visual que, por una serie de consensos, desarrolla la cultura actual.
El dopaje es una buena lectura de lo que nos sucede, un buen retrato de nuestra época, un buen tema para realizar esa extrapolación, sin duda, como otros muchos; no hace falta más que ir acarreando síntomas de un espacio simbólico a otro con cierta habilidad para que todo siga igual, para que veamos todo como una consecuencia y encontremos una “lógica” en todo lo que nos toca ver, oír y sufrir. Pero antes de realizar ese tránsito, quizá sea más interesante cuestionarnos la línea de consensos que instituye dicha lógica, recelar de la aplicación simple de la metáfora o del imaginario que aprisiona la capacidad subversiva que forzosamente ha de llevar incorporada la fuerza de creación, la creatividad.
El dopaje es un buen argumento, una buena disculpa para una columna como ésta, porque esa suerte de aprisionamiento, que es también autocontrol y autocensura, no es más que una forma sofisticada de dopaje. Si la introducción de “impurezas” con el fin de modificar el rendimiento físico, como podría definirse el dopaje, admite una fácil traslación al ámbito del pensamiento, de la actividad intelectual y de la práctica artística, lo que deberíamos plantearnos a continuación es que desestimar dicho símil, pero sobre todo cómo y por qué hacerlo, puede ser la manera más eficaz de seguir pensando sobre ello.
El dopaje es una buena lectura de lo que nos sucede, un buen retrato de nuestra época, un buen tema para realizar esa extrapolación, sin duda, como otros muchos; no hace falta más que ir acarreando síntomas de un espacio simbólico a otro con cierta habilidad para que todo siga igual, para que veamos todo como una consecuencia y encontremos una “lógica” en todo lo que nos toca ver, oír y sufrir. Pero antes de realizar ese tránsito, quizá sea más interesante cuestionarnos la línea de consensos que instituye dicha lógica, recelar de la aplicación simple de la metáfora o del imaginario que aprisiona la capacidad subversiva que forzosamente ha de llevar incorporada la fuerza de creación, la creatividad.
El dopaje es un buen argumento, una buena disculpa para una columna como ésta, porque esa suerte de aprisionamiento, que es también autocontrol y autocensura, no es más que una forma sofisticada de dopaje. Si la introducción de “impurezas” con el fin de modificar el rendimiento físico, como podría definirse el dopaje, admite una fácil traslación al ámbito del pensamiento, de la actividad intelectual y de la práctica artística, lo que deberíamos plantearnos a continuación es que desestimar dicho símil, pero sobre todo cómo y por qué hacerlo, puede ser la manera más eficaz de seguir pensando sobre ello.
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