Publicado en Kultura, Gara 23/03/11
La enésima presentación del proyecto Tabakalera, de su reinvención en formato “nota de prensa”, tiene interesantes aspectos para el análisis. En primer lugar el capítulo del redimensionamiento ha tenido un desenlace previsible porque ya sabíamos de antemano para qué y para quién servía el guión. Pero si bien la trama ha resultado ser bastante tosca, lo cierto es que ha dejado en el camino un trabajo de varios años del que no hemos vuelto a tener noticias y del que desconocemos cómo y en qué medida tiene cabida en esta nueva versión del centro, pues sólo hemos oído hablar de mudanzas y de metros cuadrados.
Otra cuestión tiene que ver con la virtualidad de las políticas culturales, con su definitiva gasificación (con perdón), y sobre todo con el eco que adquiere su valor simbólico, un eco que en este caso nos llega del futuro, cuyo imaginario hay que renovar cada cierto tiempo. Es ahí donde las nuevas industrias creativas han encontrado su verdadero material de trabajo. Está claro que conviene emitir periódicamente señales desde la oficina de gestión del futuro ya que el tiempo presente ha perdido peso en lo público y resulta ser para el político un territorio desagradecido y resbaladizo. Pero el asunto resulta más delicado cuando la administración del futuro de la cultura y de sus recursos no llega a alcanzar puntos de encuentro con la deriva propia de las prácticas culturales actuales, que con sus propias dinámicas y con un tiempo propio, ajeno a toda planificación, se despega paulatinamente de normas y carriles de sentido único. Dimensión variable, futuro flexible y sincronización habrán de ser los ejes del próximo episodio.
Otra cuestión tiene que ver con la virtualidad de las políticas culturales, con su definitiva gasificación (con perdón), y sobre todo con el eco que adquiere su valor simbólico, un eco que en este caso nos llega del futuro, cuyo imaginario hay que renovar cada cierto tiempo. Es ahí donde las nuevas industrias creativas han encontrado su verdadero material de trabajo. Está claro que conviene emitir periódicamente señales desde la oficina de gestión del futuro ya que el tiempo presente ha perdido peso en lo público y resulta ser para el político un territorio desagradecido y resbaladizo. Pero el asunto resulta más delicado cuando la administración del futuro de la cultura y de sus recursos no llega a alcanzar puntos de encuentro con la deriva propia de las prácticas culturales actuales, que con sus propias dinámicas y con un tiempo propio, ajeno a toda planificación, se despega paulatinamente de normas y carriles de sentido único. Dimensión variable, futuro flexible y sincronización habrán de ser los ejes del próximo episodio.
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