Publicado en Kultura, Gara 14/12/11
El tiempo ya no es lo que era. El intervalo
necesario para la observación y el análisis de las cosas: de la vida, de las
políticas, de las artes, no solo se perdió con el incesante flujo de datos e
imágenes, sino que con él también se perdió el recuerdo mismo de su necesidad. La
función “pausa” está ahora en el mismo pulsador de la función “play” y su uso
está condicionado por el “stand by” de otras tareas que prescindieron hace
tiempo del “stop”.
Pedimos eficacia en todo pero todo está diseñado
para que no la haya: la tecnología se ha convertido directamente en
obsolescencia programada y el tiempo de la cultura se ha convertido en un
tiempo de ocio para el que no existe posibilidad de distracción, a riesgo de
quedar fuera de juego.
Mientras, los relojes están por todas partes y las
alarmas suenan permanentemente en los hogares y en las calles; la urgencia va
cobrando valor. La idea de eficacia se unió perversamente a la de rendimiento, modificando
la gestión del tiempo e imponiendo un ritmo universal. La subjetividad del
tiempo que acompañaba a la producción artística se ha ido desvaneciendo hasta
imponer un tempo insano o inconveniente a las obras visuales, a los proyectos y
a las trayectorias de los y las artistas.
Incluso las exigencias que nos hacemos a nosotros
mismos bajo la presión de la eficacia resultan ser el perfecto generador del
malestar social que, como no puede ser de otro modo, genera mercado.
Volver a poder perder el tiempo, reivindicar un tiempo
subjetivo y procurar la discontinuidad serán a partir de ahora fundamentos para
una nueva divergencia cultural.
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