Publicado en Kultura, Gara 07/03/12
Resulta muy difícil definir aquello en lo que
estamos inmersos: la época que nos toca vivir o la situación que nos engulle.
Pero es precisamente entonces cuando más necesario se hace definirnos ante todo
ello. La desorientación, esa dificultad para encontrar nuestra ubicación en el bullicio
de lo global, se afianza como uno de los mecanismos de control más eficaces, ya
que dilata al máximo la puesta en marcha de cualquier atisbo de resistencia.
Si antes el artista se definía como un productor de
representaciones, su labor se tradujo con el tiempo en una suerte de
reinterpretación de las representaciones establecidas. Desde
la definición de artista - productor se acercó así a la de artista - etnógrafo
(entre otras muchas vinculadas a las ciencias sociales), ingresando en el
terreno expandido de la cultura. En una vuelta de tuerca el artista - mediador llegó incluso a hacer de las relaciones del arte con todo lo demás (lo
relacional) una teoría en sí misma, inhibiéndose del nacimiento de la tormenta
social que asomaba en el horizonte. Hoy su definición se encuentra en modo “pausa”.
¿Anestesiada o quizá hipnotizada? ¿insensibilizada o desorientada?
La primera trampa que
nos ofrece esta situación es pensar que definirse como artista es ya un acto de
resistencia en sí. La segunda trampa reside en encontrar nuevas categorías para
la definición de artista que puedan ser capitalizables. No existe una forma
pura de resistencia; se trata de nudos, lazos, articulación de distintas voces que
se convierten en discurso y en acción, justo allí donde el arte cobra sentido.
Justo allí en donde hay lugar para la definición.
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