Publicado en Kultura, Gara 18/04/12
Cartel fofografiado en la calle |
Probablemente exijamos a la práctica artística lo
que no exigimos en otros ámbitos de lo social. Cuando la crisis adopta todas
las formas posibles: dureza desconocida, gas irrespirable o líquido que ahoga
nuestro ánimo, volvemos la mirada para exigir al arte una pureza tajante o una
resistencia heroica. Justo cuando descubrimos que no era cuestión de grandes estructuras,
sino de pequeños mimbres, justo cuando se desmoronaron las políticas culturales
y hubo que re-encuadrar su acción, es cuando adjudicamos al arte y a la cultura
la responsabilidad de la resistencia.
Interferir en las representaciones hegemónicas,
recuperar aquellas historias silenciadas, trabajar allí donde no quisieron
trabajar otras disciplinas, restituir la memoria relegada, asumir y tratar las
fricciones sociales para dar nuevas perspectivas siguen siendo hoy trabajos de
resistencia artística. Y sin embargo toda esta labor (mejor o peor, más o menos
fiable), nos transmite la sensación de un arte a la defensiva, de un arte que
irremediablemente tendrá su nicho de mercado: aquel rincón de la feria dedicado
al arte contestatario, crítico, resistente…
La función simbólica de un arte contemporáneo “resistente”
ya no es propositiva ni alternativa, no se trata de corregir la visión del
mundo, ni por supuesto de seguir asumiendo ingenuamente su transformación; su
función no es otra que hacer resistente la propia idea de arte, no es otra que
defender su indefendible necesidad como única garantía de su-pervivencia.
Pero hoy tampoco se puede eludir la posibilidad de
un arte abandonado a sí mismo, como un anciano griego rebelde a la dictadura
democrática que recupera con un gesto radical todo el sentido de la
resistencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario