En una carta del
artista Robert Morris a su colega Henry Flint (13-8-1962), el autor escribe: “Durante cierto tiempo el problema tenía que
ver con las ideas más grandiosas, más penetrantes (por ejemplo Cage y Duchamp)…
Creo que hoy el arte es una modalidad de la historia del arte”.
El desconcierto
general ante un cambio de paradigma anunciado por todos pero indescifrable en
su sentido, en su forma y en sus consecuencias, nos obliga a pensar qué
“modalidad” correspondería a la práctica artística de hoy en día. Esa
“modalidad de la historia del arte” de la que hablaba Morris hizo que el arte de
los años sesenta y setenta se mirase a sí mismo como concepto, disolviendo las
diferencias entre pensamiento y acción. Ya durante los últimas décadas el arte
como inter-disciplina, como práctica relacional, como mercadería y como muchas
otras cosas, ha difuminado su presencia y su influencia social. De modo que las
preguntas sobre lo que es o debe ser hoy el arte parecen quedar subsumidas por
el incomprensible agujero negro de la actualidad, por un presente continuo en
el que no hay pasado ni futuro, y por la abrumadora sensación de que todo está
a punto de estallar.
Leer la frase de
Morris desde nuestra circunstancia y desde nuestro contexto actual puede ser un
interesante ejercicio. El arte como una “modalidad” de otras disciplinas y de
otras industrias, el arte como el resultado de las políticas locales, el arte
como una modalidad de espectáculo; el arte como sustitutivo de la acción social
y como “representación” del activismo, debería analizarse ahora desde una perspectiva
crítica que contribuya al definitivo estallido de eso que no se sabe expresar.
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