Publicado en Kultura, Gara 22/08/12
El mapa de los recortes culturales en Europa, un proyecto participativo on line puesto en marcha por el diario británico The Guardian, hace
visible la distribución geográfica y el alcance del daño sufrido por las
políticas culturales locales, localizadas. La visibilidad de su conjunto se
asemeja a un campo atestado de minas, multitud de señalizaciones tras las que hay
museos cerrados, programas culturales cancelados, desmantelamiento de
estructuras y despidos. Se trata de recortes fulminantes que afectan a
instituciones y centros de creación pero también a iniciativas independientes
tras las cuales hay proyectos personales de autores y autoras, con sus
consiguientes ilusiones, perspectivas de futuro, etc. Los recortes atraviesan
las circunstancias laborales con brusquedad, pasan por delante de los rostros
de las personas y llegan como una lanza a sus deseos, a sus libertades y afectos.
Históricamente tras
las grandes sacudidas como las guerras (¿alguien duda de que esto lo sea?), o
como el azote de políticas culturales reaccionarias (época Reagan, Thatcher o
la que nos ocupa), la recuperación de las audiencias, de las sensibilidades
críticas y de espacios de incidencia en lo social resultan ser trabajos extremadamente
costosos. La alianza entre la práctica cultural y la educación es ahora más
urgente que nunca. Lejos de ver en la distancia este panorama, destilar nuevos aglutinantes
y crear discrepancias efectivas es el único modo de adelantarse a la
devastación que provoca la clausura de la cultura como un derecho.
Solo desde la
memoria viva de lo que hemos conseguido y solo desde el intento resistente de
clarificar lo que nos ha traído hasta aquí, puede comenzarse esa labor.
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