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Siempre criticada, siempre polémica en su enfoque de la contemporaneidad,
llega la 55 edición de la Bienal de Venecia, que se celebrará del 1 de junio al
24 de noviembre de 2013, y que a pesar de todo
sigue siendo el termómetro del arte actual.
La estructura de la Bienal es
compleja debido a su división en diferentes sedes y pabellones nacionales, algo
que unido a la profusión de actos y eventos colaterales hacen de esta cita algo
inabarcable. Bajo el título Palacio Enciclopédico, se muestra en sus sedes principales, Giardini y el Arsenale, la
exposición oficial comisariada por Massimiliano Gioni, (Busto Arsizio,
Italia, 1973), quien en opinión de muchos supone el relevo generacional
esperado desde hace tiempo.
A estas alturas, el planteamiento de Gioni ha
sido ya criticado y alabado a partes iguales pues se trata de un trabajo sometido
a innumerables presiones, pero parece haber salido bien parado por su
atrevimiento y por el montaje de una muestra que incluye el trabajo de más de 150
artistas. Las obras, que no se ciñen exclusivamente a la experiencia
contemporánea, componen una crítica implícita de la propia bienal, pues sugiere
el fracaso de la idead de “exposición universal” y de lo que supone una cita
como esta a la hora de condicionar el mapa de las jerarquías en el mundo del
arte. Pero a la vez, el planteamiento
tiene algo de gabinete de curiosidades, de fiesta de la imaginación. Una
exposición que en términos generales se ha entendido como correcta y que
algunos han calificado incluso como audaz. Thierry de Cordier y Richard Serra,
Rudolf Steiner, Tino Sehgal son algunos de los nombres más destacados de su
propuesta, que ofrece especial atención al trabajo de Cindy Sherman quien a su
vez da cabida a los trabajos de Jimmie Durham o Paul McCarthy. Pero quizá lo
más destacable es la inclusión de cierto amateurismo y de figuras que desde las
cunetas del arte oficial han despertado el interés por un quehacer radicalmente
libre, como son James Castle, Augustin Lesage o Alesteir Crowley.
El eterno debate sobre si la nacionalidad de
los pabellones constituye una idea obsoleta ha vuelto con fuerza en esta
edición de la bienal. Se trata de un debate interesante pues cuestiona la
estructura medular del evento e introduce de lleno la cuestión de la
universalización (y quizá homogeneización) de las artes. Quizá por ello, la
diversidad que plantea la estructura de los pabellones nos permite conocer
siempre nuevas y sugestivas propuestas. Así, conocemos ya que el León de Oro que se otorga a las
participaciones nacionales ha ido a parar al pabellón de Angola en su debut en este certamen.
Una
curiosidad es que Alemania y Francia intercambian sus pabellones, y por ello en
el edificio francés es donde se exponen los taburetes voladores del disidente
chino Ai Weiwei, quien a pesar de no ha podido viajar a Venecia, ha sido protagonista
de esta Bienal. El artista chino ha colocado en la Iglesia de Sant’Antonin seis
bloques de plomo en cuyo interior puede verse escenas de su encarcelamiento
durante la primavera de 2011.
Por
su parte, el chileno Alfredo Jaar critica el modelo laberíntico que exhibe la
Bienal. En el interior del Pabellón de Chile, el visitante se halla ante un
estanque lleno de agua de los canales venecianos, desde el cual emerge cada tres
minutos una maqueta a escala de los 28 pabellones del Giardini.
El pabellón holandés con Mark Manders, el
libanés con Akram Zaatari, o el artista albanés Anri Sala, representando al
pabellón francés con una de sus oscuras reflexiones audiovisuales en torno al
tiempo y al espacio han sido también pabellones destacados.
La aragonesa Lara Almarcegui representa al
pabellón español. Su propuesta incluye 500
metros cuadrados distribuidos en sucesivos montones de ladrillo y mortero,
cemento y hormigón, grava y teja, arena y acero. El material se acumula
en el espacio desbordándolo, y aunque se ha querido ver en ello un reflejo de
la situación económica española, la
autora no quiere quedarse con la cortedad de dicha lectura. La polémica,
bastante malintencionada, ha llegado al conocerse el coste del proyecto.
Por su parte,
Francesc Torres, artista fuertemente comprometido con la realidad social y
representante del pabellón de Catalunya junto a Mercedes Álvarez, sí han
querido reflejar la situación de crisis al trabajar con ocho personas
actualmente en paro.
La bienal es también
un escaparate de la vida cotidiana, de lo contrario no hablaríamos de arte.
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