Gran deslizadero artificial por el que las personas se dejan resbalar por diversión.
A vueltas con el paisaje.
Resulta sorprendente cómo las ideas que en algún momento dejamos a un lado por aburridas o superadas, por ajenas o por parecernos distantes de nuestro intereses, pueden retornar con fuerza a la manivela que mueve nuestra curiosidad.
Puede que la idea de paisaje tenga un anclaje demasiado consolidado en lo "tradicional", o que los comentarios que le siguen tengan en el romanticismo o en lo "bucólico" su mejor eco. Puede que el paisaje haya sido uno de los principales motivos para que la "contemplación" o "la belleza" se hayan pegado de forma obstinada a lo intrínseco artístico, y que por ello haya sido rechazado por quienes han sondeado con sus propuestas artísticas lo extrénsico del arte, lo anti-esencialista o lo social como sentido y significado.
En realidad, el paisaje es un constructo, un concepto ámplio que nos permite interpretar cultural y estéticamente las cualidades de un determinado territorio o paraje, de un lugar, pero también un espacio de encuentros y desencuentros. En sus definiciones más clásicas: “la extensión de terreno que se ve desde un sitio”, o “la porción de terreno considerada en su aspecto artístico” podemos encontrar la acción combinada de los dos aspectos que lo constituyen: por una lado, la mirada subjetiva, y por otro, la consideración específica y significativa de esa subjetividad.
Por ello, el paisaje no es algo que haya existido siempre: es un fenómeno que no existe sin observador; pero sobre todo es una invención propia del arte. Y esta circunstancia nos obliga a retomarlo como una posibilidad, incluso desde la crítica a esa invención.
Recurrir al paisaje puede resultar radicalmente contemporáneo, porque la actualización del concepto plantea un interesante ejercicio de reflexión en el que se puede especular con un ámplio horizonte de recursos ("línea de horizonte" se presta a ello). Pero lo más interesante es que cuando ese paisaje aparece de manera inopinada, cuando surge indeliberadamente e infecta la obra o el proyecto sin que sepamos muy bien qué hacer con ello, aparecen grandes y sugerentes dudas. Es entonces cuando toda una serie de metódicas precauciones sobre esteticismos y seducciones formales forjadas a golpe de compromiso, se apelotonan en la puerta de salida junto al descreimiento, el discurso y la ideología.
El sock que nos produce entonces este tipo de resultados o de formalizaciones que resultan amables por “artísticas” nos devuelve ante la realidad incontrolable de nuestro trabajo. Y esto ocurre (maldita sea) justo cuando llega la confrontación pública de lo que hacemos. Corre el peligro de que guste a la gente que nos rodea y que no sabe de arte, existe el riesgo de que digan "qué bonito" (o lo que es peor, que mola).
Toda la vida huyendo de la identificación entre arte y belleza, y ahora nos vemos presionados por esta característica cuando queremos hablar de políticas…, de quiebra del sistema, de agenciamientos, de producción, post-producción, autorías, contextos, etc. Cuando lo artístico del arte parecía superado, es el propio arte el que vuelve con su brujería y nos desborda.
En esas estamos. Queremos hacer algo rotundo y se nos manifiesta en la forma (porque lo formal está inevitablemente en un primer plano), queremos romper estereotipos y surgen formas armónicas que gustan y, lo que es peor, nos gustan. Buscamos la manera de tensionar "el gusto" o "el estilo" por el lado del extrañamiento y se nos aparece de frente el disfrute y el agrado con una abrumadora sinceridad, sin retorcimientos. Buscamos ocupar un espacio para someterlo a la intensidad política de nuestro proyecto y surge de modo traicionero la tensión insondable entre la estética y la política (digo traicionero porque todo parece caer únicamente de la parte estética, joder).
Y entonces no sabemos si la cosa va bien o hemos fracasado estrepitosamente una vez más.
(nuevo final)
En esas estamos, ante un paisaje social explosionado, reventados sus órganos y sus meninges... y que de pronto se nos presenta como un paisaje romántico
(otro final)
En esas estamos, ante el fracaso preconcebido de una tensión que no tiene solución, la que hace de la estética forma de lo político.
(otro final)
Y así nos luce el pelo, cediendo a la magia del arte con nuestra más ñoña utopía...
(tengo más finales, estoy dispuesto a encajar los tuyos)
Por cierto, ¿que fue del paisaje?
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario