Publicado en Gara 01/10/15
“La política cultural no es la cultura. Las
instituciones públicas no hacen la cultura. Las instituciones públicas
gestionan los recursos públicos destinados a la cultura.”
Se trata de
cuestiones obvias, es verdad, pero antes de que el sector cultural y las
instituciones se sienten a la mesa conviene dar sentido a tanta obviedad,
porque, una vez más hay que volver a empezar. Tanto a nivel global como en
nuestro territorio hemos visto cómo la maquinaria de la política cultural se ha
venido engrasando en los últimos años con criterios de rentabilidad y con
planificaciones que obedecían a estrategias de partido cuando no a caprichos u
ocurrencias. En Araba y más concretamente en Gasteiz, esta circunstancia ha
sido fatal para el sector. Si Krea es el contenedor fantasma de la burbuja
cultural, existen otros muchos ejemplos que bajo la excusa de la crisis se
esfumaron con los recortes: festivales, iniciativas, proyectos…; Recordemos la
puntilla final que se dio a la experiencia pionera “Proyecto Amarika” casi sin
ruido de fondo.
Ocurre que durante demasiado
tiempo se ha ido constatando la pérdida de una conexión estable con la
dimensión social de la cultura, con las nuevas formas que adopta la producción
cultural y que pasan por la distribución libre del conocimiento y por la
atención a nuevas formas de expresión que probablemente no encuentren acomodo
en los actuales compartimentos estancos de ayuda y promoción cultural. Los
excesos en la creación de infraestructuras y en la festivalización de todas las
expresiones creativas son sólo la parte visible de lo que han sido estos
últimos años porque en muchas ocasiones la cultura crece en espacios invisibles
e imprevisibles, que no pueden ni deben ser capitalizados. Es precisamente ahí
donde hay que actuar.
Hoy, lo que está en
juego en Araba es la productividad cultural de las infraestructuras existentes
y que fueron pensadas en una clave económica que ahora resulta insostenible si
no se consigue mantener un andamiaje flexible en lo técnico y sólido en lo
económico. Está en juego volver a dotar de significado y reconfigurar en clave
de inteligencia compartida las programaciones de las distintas instituciones.
Se trata también de reinterpretar la idea de mediación cultural y de evitar la
identificación entre industria cultural y cultura, ya que en ese desconcierto
se pierde poco a poco la responsabilidad pública. Hoy, en sintonía con las
nuevas formas de participación ciudadana que se dan en todos los órdenes de lo
social, se hacen necesarias nuevas fórmulas de relación con el tejido cultural.
No podemos desaprovechar el escenario que nos ofrece el encuentro entre
sociedad e institución a través de una mesa sectorial amplia y plural porque lo
que está en juego es el futuro de la cultura en nuestro territorio.
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