Publicado en 7ka 22/11/15
De la pintura como disciplina artística seguimos extrayendo conocimiento. Y el principal de todos ellos tiene que ver con el sentido mismo de la pintura en una sociedad como la nuestra. A partir de ahí se establecen relaciones indiscretas de la pintura con el tiempo, tanto en su sentido abstracto como con ese tiempo preciso e histórico en el que tiene lugar.
La pintura nos interpela, o al menos lo hace cuando
existe un discurso complejo en el que el tiempo subyace junto a otros factores;
nos interpela cuando el discurso está sugerido, pero también cuando nos da pie
a solicitarlo.
La galería Juan Manuel Lumbreras, presenta la obra
de Antón Hurtado (Iruñea 1946), bajo
el título de “Veriles” (hasta el 4 de diciembre). Se trata de la obra de un
pintor consolidado que para esta ocasión centra su atención en la abstracción
geométrica. Para el texto del catálogo de la muestra, Hurtado recurre a la
entrevista mantenida con José Luis Merino para la publicación “Hablan los
artistas”; en ella el autor comenta: “La
quietud no es el fin de un cuadro. La quietud en una obra es su fin, es su
muerte. Otra cosa es su silencio, lo lento, lo sutil, lo ambiguo... Aunque hay
trabajos artísticos que ya nacen muertos. Si una obra nace desde el movimiento
y la reflexión, probablemente perdurará en el tiempo”. Se trata de un
palabras que, surgiendo de la práctica de la pintura, nos conectan con la
emoción del conocimiento que activa el discurso del arte.
El trabajo de Hurtado para esta muestra se apoya en
diversas técnicas y combina con maestría acuarela y tinta china sobre
papel de prensa (papel de periódico) o cartulina. Es especialmente en este
trabajo sobre papel en el que el tiempo aparece retratado en capas a través del
movimiento de las formas geométricas, que velan y develan discursos, que hacen
y deshacen sugerencias.
Alex Katz, es uno de los pintores más singulares del arte estadounidense. Su exposición
en el Guggenheim Bilbao nos acerca las diferentes etapas de este autor, desde
su eclosión como figura en los años ochenta hasta las pinturas monumentales de
paisajes que realiza en la actualidad. Katz explica
que su objetivo está en atrapar “las
cosas fugaces que pasan”. Y lo hace a través de la ejecución rápida y el
asentamiento de un estilo diferencial: colores planos, escasa profundidad del
espacio, así como una línea fina y descriptiva. Katz da cuenta del “tiempo
presente”, pero existe una turbadora quietud en el modo de presentarlo. La
ejecución rápida es quizá el principal rasgo de esta quietud que aplica a
diferentes temas como son las “pinturas ambientales”, los paisajes de invierno
y de verano en Maine, las pinturas de flores o las dedicadas al “Arroyo negro”.
Es probable que el hecho de haber sido un pintor
figurativo en tiempos de la abstracción haya arrojado la idea de que Katz ha
sido un pintor despreciado por el canon de la crítica o que se le haya tachado
de frívolo o superficial. Pero parece que es esa misma crítica es la que ahora
le da derecho a reclamar que ha llegado su momento. Un momento que sigue
estirándose desde los noventa. Entre un pop extremadamente higiénico o el
denominado nuevo realismo de los años 60-70, la obra de Katz tuvo como
inspiración el retrato de una clase social sofisticada, probablemente su
círculo más inmediato. Formas y discursos de la quietud que inspiran otro tipo
de movimiento.
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